martes, 29 de enero de 2013

Sobre cómo escapar y terminar en tus brazos.



 
Cerré los ojos y cuando los abrí aparecí sentada en una roca muy lejos del mundo, muy cerca del mar. A mis oídos llegaron susurros de todos los sueños que intento no olvidar, de todos los planes que están del otro lado. Quise arrojar toda mi angustia al fondo del mar. Despertar y saber que, de este punto en adelante, no existira nada que me até de nuevo a la orilla.

Llevo tanto tiempo suspirando por un par de sueños que sólo una vez al mes creo que podrán cumplirse. Los veo en las parejas del parque, en besos de película, en carreteras interminables con palmeras a los lados. Los veo, los siento, quiero alcanzarlos. Mientras espero, paso los días con la televisión a todo volumen sin mirar qué está pasando, matando la soledad con los ruidos, cualquier serie absurda, sólo necesitando escuchar ESAS palabras que me cuestan tanto pronunciar. Hay mucha soledad, por donde quiera que vaya. Hay azoteas perdidas llenas de sueños rotos, alguna radio matando el silencio y animales que miran con ojos tiernos. "No estás solo". Hay muy pocos abrazos, demasiado odio. Hay poca gente que disfruta el amanecer y prefieren tener la vista perdida en el techo del motel. Hay personas que escriben a amores perdidos, a los imposibles. Escriben a sus sueños en una máquina de escribir (y para mí, tener una máquina de escribir ya es un sueño). Cafeterías donde se encuentran dos personas que llevaban buscandose toda la vida. Cafeterías solitarias donde no se encuentra nadie, y la gente sólo saluda. Muchas canciones que hacen recordar, algunas que matan por dentro. Muchas noches en las que recuerdo, odio recordar. Hay heroes por las calles y yo estoy esperando que alguien me salve. Y en mi casa no hay fuego, pero las llamas me consumen por dentro. Es necesario que vengas volando pero no te hace falta la capa. Unos ojos brillantes sí. Tampoco necesitas agua para apagar el fuego con que me susurres tus sueños, y que coincidan con los míos está bien. Existe una soledad llena de ganas de no estar sola. Huye conmigo.

"(…) en los momentos más trágicos me río
o enciendo un cigarrillo y me echo al suelo
y te miro como si nada malo tuviera que suceder.
Ciertas posturas nos hacen creer en la felicidad.
A veces estar acostada me hizo creer en el amor"